Ole a los caballeros que mandan,
Los que con capote, banderillas y espada,
Por el mortal ruedo andan,
Con mente fría y la gente motivada.
Suena las músicas del ruedo,
Las puertas se abren dejando al toro suelto,
Que confuso, hambriento y ciego,
Corre contra la mortal espada del torero.
El asesino se ríe de la bestia al momento,
La aturde moviendo su roja tela,
Que el animal persigue sin aliento,
Y dejando en el suelo una roja estela.
Que prestigio, que coraje y que valor,
Asesinar al toro que corre sin aliento,
Con heridas chorreantes de rojo dolor,
Y sin más aire que el leve viento.
No es de admiración causarle esto al animal,
El solo lucha con sus blancas armas,
Y el maestro, para mejor poderlo matar
Lucha con el capote y la afilada espada.
No tiene merito matar así al bravo,
Luchando siempre con superioridad,
Actuado con soberbia y descaro,
Y dejando a este sin alguna dignidad.
El animal se postra ante su muerte,
Ha sido engañado y maltratado,
Espera postrado y casi inerte,
Que pongan fin a su dolor privado.
El maestro en acto compasivo,
Ejecuta al animal postrado,
Y para no alargar más el dolor vivido,
Golpea de nuevo su cuerpo dañado.
Los óles inundan el ruedo motivado,
Aquí acaba todo lo anunciado,
Arrastran al héroe cruelmente asesinado,
Y levantan en hombros al asesino laureado.
Por: Carlainne
Por: Carlainne